Montse Betanzos

Las collareiras de A Toxa

Comenzamos el año 2020 publicando un artículo escrito por nuestro amigo Francisco Meis Durán, Investigador de la Historia local grovense, sobre nuestra historia “Las collareiras de A Toxa: una artesanía con historia”

Las collareiras de A Toxa: una artesanía con historia

Para entender el origen secular de la comercialización de los collares de conchas en la isla de A Toxa es necesario hundir la memoria en el siglo XIX. El arte de los collares de A Toxa nació hace más de un siglo y medio gracias a la iniciativa de un hombre inquieto y creativo llamado José Botana Barbeito (1827-1895). Él fue el germen y cimiento de la futura venta de collares en la Isla, una actividad que desde hace más de un siglo está ligada íntimamente al pueblo de O Grove.

La época económica que fue contemporánea del personaje tuvo como realidad una sociedad ínfimamente industrializada en donde la boyante hegemonía del lino estaba en decadencia y la industria de la salazón y el curtido del cuero se habían convertido en los pilares básicos sobre los que se asentaba, a mediados del siglo XIX, la economía industrial de Galicia. En ese contexto, Botana, pretende crear una industria local con voluntades regionales dando el primer paso con el establecimiento de una fábrica de tratamiento de las conchas marinas, como objetos de arte, en su Pazo del Sineiro. De aquella industria local se distribuyeron numerosas piezas artísticas que alcanzarían el rango de joyas en las fabulosas Exposiciones Internacionales del siglo XIX como fueron las de Viena, Londres, París y otras tantas regionales.

Sus trabajos de orfebrería llegaron a las manos de la Reina Isabel II a la que obsequió con varias piezas que le reportó la concesión de la Orden de Carlos III. Pero si hay algo que no debemos obviar es la enorme campaña publicitaria del municipio, al llevar el nombre de O Grove más allá de lo que ninguno de sus habitantes podría haber imaginado en aquella época. Aunque el artista falleció a finales del siglo XIX, su viuda continuaría su legado durante las dos primeras décadas del siglo XX hasta que, su estilo de manipular y tratar las conchas, se fue perdiendo en el tiempo.

Podemos reconocer la evolución de la existencia de este tipo de artesanía por las manifestaciones que varios escritores e intelectuales hicieron a lo largo de los dos últimos siglos.

El polifacético humanista Lisardo R. Barreiro nos da una referencia de la categoría industrial de la actividad en un artículo de 1896 en el que va describiendo diferentes pueblos de O Salnés:

“…allá, en frente, están la Toja con sus alabadas termas de aguas iodoferrujinosas y cloruradosódicas, las mejores de sus clase; el Grove, con su industria de trabajos de conchas, y más lejos aún, al otro lado de la ría, divisanse los deformes y gigantescos lomos de la cordillera de Barbanza…”

Después de entender el nacimiento y ocaso de la cultura desarrollada en el arte de la manipulación de las conchas por la familia Botana, hoy en día podemos comprender que de aquella pequeña industria germinó, a comienzos del siglo XX, lo que hoy es una reconocida artesanía de Galicia: los collares de la isla de A Toxa

Su historia se fraguó por varios motivos que hicieron que no existiera en España, un lugar con este tipo tan genuino de artesanía y que contribuyó como punto de partida indiscutible, la apuesta personal y empresarial de José Botana al utilizar las conchas marinas que se amontonaban en las playas de la costa grovense con una visión transformadora y puramente empresarial. Por otro lado, la existencia de familias que de forma directa o indirecta trabajaron en su día con él, y que guardaron esa transferencia tecnológica -el know-how- y por supuesto, el despegue turístico que experimentó la isla de A Toxa tras el abordaje empresarial que trajo la creación de la Sociedad Anónima A Toxa a partir de 1903. Motivos todos ellos que se culminaron con la manifestación activa de una sociedad de subsistencia que supo aprovechar de forma efectiva y oportunista un nuevo nicho de mercado que se abría ante ellos con la llegada masiva de turistas a la localidad.

Si consideramos que es importante exponer las claves que asentaron las bases de lo que después se convirtió para muchas familias mecas en un no despreciable ingreso extra, no lo es menos, advertir varios conceptos destacables. La artesanía de los collares nace a principios del siglo XX como un trabajo rápido, más tosco y menos elaborado y por tanto con una calidad menor que los productos de la familia Botana y la venta de este tipo de artesanía, en sus orígenes, es exclusivamente desempeñada por niñas.

Ya entrados en la segunda década, el periodista y escritor Julio Camba en 1916 nos proporciona la segunda referencia del siglo XX sobre la actividad relacionada en el municipio con este tipo de explotación, pero lo hace, dándonos detalles no sobre las collareiras, sino sobre las actividades comerciales que aún mantenía la viuda de José Botana en las primeras décadas de siglo.

“Los mariscos del Grove, después de haber fortalecido a los grovenses o groveños, sirven para una de las industrias más antiguas de Galicia; la de las conchas de mariscos. Con estas conchas se hacen verdaderos objetos de arte recubriendo cajas y otra porción de objetos.

Claramente identificado con el arte de la familia, el escritor vincula la manipulación de diferentes moluscos con una actividad industrial que da empleo a la comunidad meca y nos brinda un marco de referencia de la antigüedad de este tipo tan peculiar y único de desarrollo manufacturero tan localizado.

Tendríamos que esperar cuatro años más para encontrar otra referencia escrita que menciona los collares como objeto de venta a través de la mano del maestro y periodista, Manuel Ortiz Novo, que en septiembre de 1920 visita la isla disfrutando de un día de excursión.

“Y es de ver como a un grupo de turistas elegantes, correctos caballeros, lujosas damas se acercan, descalzas de pies y piernas, unas humildes hijas de pescadores, rapazas de negros ojos de ónice y trenzas de azabache- ofreciendo tímidamente la labor de sus manos pálidas; unos hermosos rústicos collares de conchas, nácares, caracoles y piedrecitas de colores de aquellas playas.”

Unos meses antes, en agosto de ese mismo año había decidido dejarse llevar por la tranquilidad y el sosiego balneario de la isla el escritor y periodista Wenceslao Fernández Flórez. En el complejo termal escribe varios artículos para el periódico ABC compartiendo sus impresiones con los lectores y, en uno de ellos, absorto en la contemplación de las cientos de personas que marisquean en el lombo de A Vía, reflexiona sobre lo que está viendo, aportándonos otra prueba más de la actividad real de la confección de esta artesanía local.

“Esos centenares de personas que en la bajamar hormiguean sobre los bancos de arena buscan caracolillos y conchas para hacer collares, y almejas para hacer guisos.”

Con el paso de los años se irá institucionalizando una actividad que reporta beneficios a los núcleos familiares derivando consecuentemente que en los años 30 y 40, un número mayor de personas se dedique a su venta, ya no sólo como un beneficio esporádico, sino como una actividad estimable para la economía familiar. Aparecen ya en escena   no solamente niñas, sino adolescentes y mujeres de mayor edad cuya presencia y modo de vender no siempre fueron bien acogidos por los visitantes de la isla tal y como nos dejó escrito Juan Spottorno y Topete, cuñado de filósofo José Ortega y Gasset, que realizó una fugaz visita a la comarca de O Salnés en agosto de 1931.

“Rápida visita a La Toja. Isla de maravilla, que guarda, prisionero entre sus bosques de pinos, un monumental hotel de dudoso gusto. A la entrada de la isla, como animalitos salvajes, mujeres indígenas y adolescentes asaltaron el estribo de los coches. Nos metían por los ojos, más que nos ofrecían, esos decorativos y típicos collares, en los que enhebran caracolillos de la mar.”

Hoy en día, con la profesionalización del sector, la cotización a la Seguridad social, la existencia de ordenanzas con restricciones a productos foráneos, y el empuje personal de personas como Montse Betanzos, heredera de sangre de aquellas primeras personas que vendieron las conchas de las playas mecas a comienzos del siglo XX, estamos ante una profesión que logró el reconocimiento de Artesanía de Galicia por méritos propios.

Su historia es una actividad más que centenaria que tiene su arranque en la familia Botana, con la industrialización y explotación de los moluscos, y la posterior creación a principios del siglo XX de esa imagen única, simbólica y emblemática de las collareiras de A Toxa.

Francisco Meis Durán

Investigador de la Historia local grovense

O Grove, 08 de diciembre de 2019